sábado, 20 de octubre de 2007

Sábado por la noche. Salir a comer. Un arroz con camarones, y dos cervezas. Es que comer, dejarse llevar por el sabor ácido del limón que cubre los camarones, es lo único que en los últimos días parece darle paz. Y tomar cerveza, aunque la panza se le hinche. Siempre le ha pasado así. Como aquella vez que cruzó el enorme parque negro que separaba a su casa de la zona de los bares. Lo hizo en compañía de Machado. Llegaron al Barbudo, un bar húmedo, del que recuerda la sensación del sopor que le empañó los lentes, y el aserrín en el piso. Pidieron dos jarras de cerveza. Parecían enormes, imposibles de beber, pero poco a poco, mientras fumaban un cigarrillo tras otro la cantidad disminuía. El sabor era raro. Lo que habían comentado en el colegio no tenía nada que ver con esto. Nada que ver con el sabor fuerte y varonil, como lo había calificado El Mono. Ni la sensación de burbujitas picantes en la lengua, como había definido El Chileno. Era, más bien, un sabor lavado, carente de profundidad. C terminaría de darse cuenta que tenía agua, cuando meses después bebiera directamente de la botella, en un estadio de fútbol mientras miraban el clásico Liga-Católica. Pero esa noche solo el hecho de haber sido aceptados en el bar, sin necesidad de mostrar ninguna credencial, era ya suficiente motivo para sentirse orgulloso. Dos jarras son difíciles de apuntar, ni por la cantidad de alcohol, sino por la cantidad de agua que se acumula en la barriga. Tres casi son imposibles. Pues, emocionados como estaban, C y Machado se bebieron 4 jarras, que, pasadas las 2 de la mañana, tuvieron que vomitar al unísono detrás de los enormes árboles de parque negro. Y así ha sido desde entonces. La cerveza le hincha la barriga, y si se pasa del límite de las tres, termina por convertirse en una amarga sustancia que sale por la garganta, y deja su aroma apestoso junto con un ardor terrible. Pero a C no le importa. Prefiere el estado de la ebriedad. De la ensoñación. De la febrilidad que le da valentía, que le convierte en un súper hombre sin dolor, ni tristeza.