sábado, 1 de marzo de 2008

Viernes anterior. Universidad. Vivir. La lista aparece más escueta que la anterior. Una frase que se pierde, que no se abre, o que termina antes de existir.
Jueves anterior. Silencio
Martes anterior. Ir al médico. C está en la sala de espera. Tiene entre sus manos una revista. Pasa las páginas de moda, el horóscopo, y las promociones de autos. C, cierra los ojos. Está el parqueadero frente a su condominio. Ramona está en casa. Matute no. C toma, de la cartera de su madre, la llave del carro, y dice, Voy a donde la China. Pero la China no existe. Es una invención. El personaje necesario para crear la coartada. Cuando Ramona le preguntó, ¿Quién es esta famosa China? C le dijo, Una señora que tiene un puesto de comida china. La imaginó delgada y amarillenta, con unos ojitos apretados en dos pequeños párpados, con dos orejitas puntiagudas y dientes de ratón. El local tenía que se pequeño también. Con do o tres mesas y una cocina expuesta, en la que sobresalían dos sartenes enormes y una refrigeradora repleta de carnes, arroz, verduras y algunas botellas de salsa de soya. La sazón de la China tenía fama por todo el condominio. Por eso había siempre gente haciendo fila a la espera de una mesa o de un tarrina para llevar. C, decía, Voy donde la China, y tenía como mínimo una hora cubierta. Pero la China se desvanecía una vez que aplastaba el botón del ascensor. Con la llave en la mano, C prendía el carro y se daba vueltas por el enorme parqueadero. Así empezó a manejar, con solo la intuición a su servicio, y todas las horas de ser testigo silencioso. Poco a poco, decide salir del parqueadero. Primero una manzana, muy despacio, con toda la precaución del caso. Luego más allá, hasta los límites del parque negro, siempre con un cigarrillo que le cuelga de la boca, y la música de Madona, y más tarde, por las avenidas que rodean los árboles, y las lagunas, hasta llegar a la Mariscal, a las calles llenas de gente y de autos. Pero lo que le atrae a C, son los travestis, a quienes mira, desde la aparente seguridad de auto, con sus enormes tetas artificiales y sus culos de almohadón. Y tiene miedo, pero un miedo que le gusta, que le aparece en el centro del pecho, y que se distribuye por las venas. Cuando regresa dice, Rica la comida y se encierra en su cuarto.