domingo, 18 de mayo de 2008

Domingo anterior. Quedarse en la cama. Leer el periódico. Que es como no leer, porque C salta de página en página sin encontrar casi nada que le llame la atención, a no ser un artículo que hace un resumen, breve pero sugestivo, sobre el Manifiesto contrasexual, en el que se dan algunas líneas, entre teóricas y alucinadas, sobre los usos dídlos, desde la cultura queer. Le resulta curioso haber sido, sin saberlo, uno de aquellos que hacen del cuerpo una suma de didlos, de penes encubiertos, en los brazos, las piernas, y de haber sujetado, con la vocación obsesiva del guitarrista, decenas de didlos para provocar placer, o la simulación del orgasmo. Recuerda la primea vez que usó un didlo, que es ese momento le llamaba consolador. La imagen es la siguiente: C duerme junto a su amada, una rubia veinteañera. La tiene a su lado. Luce tranquila, con un sueño sosegado. C le saca las bragas. Ella apenas parece respirar. Se pone un poco de saliva en el glande y la penetra por el ano. Ella se despierta, siente la presión en su espalda. El dolor agudo que le sorprende en la madrugada. Cree que está en un sueño. Estira su mano derecha y agarra el cuello de C, abre la boca, gime y ayuda abriendo más las piernas. C, con la mano derecha, acaricia su clítoris. Ella mueve las rodillas. Está sudando. C, toma una vigorosa polla de caucho, que ha dejado debajo de su almohada, y empieza a meterle en la vagina. Ella abre los ojos, está desconcertada, siente la superficie extraña que se posa sobre sus labios, pero no dice nada. C empieza a meter el cilindro de plástico. Una y otra vez, cada vez con mayor profundidad, son más de veinte centímetros. Ella regresa a mirarlo. Sus ojos se ponen blancos, aprieta sus brazos, alza su pelvis, y gime en pedacitos de vocales que se deslizan como silbidos de tren.
Sábado anterior. Llamar a la amada. Que no importa su nombre, porque C de todas maneras se olvida cómo se llama. Solo recuerda sus labios posados sobre su erección. La lengua que gira alrededor del escroto y que lame las pelotas. Por eso decide llamarla, para comer algo, para bailar quizás, y tenerla después envuelta en las sábanas como una momia. C le besa el sexo, con un ligero movimiento en espiral de la lengua. Y luego le pide que lo monte. Y mira la piel blanca que acrecienta su rubor, y sus medias de Los Pitufos.