domingo, 29 de junio de 2008

Lunes anterior. No planificar nada. Porque C, desde un tiempo indefinido, ha dejado de organizar su vida, de poner objetivos y metas. No le importa el mañana, que es una forma de anular el mañana, y prefiere un salto cada día. De a poco. Día tras día, como si fuera un preso de una cárcel enorme. Contento, tristemente contento, como un niño con síndrome de down. Cada día marca una señal en la pared. Un día que es una pequeña batalla para seguir, una conquista que no se festeja, pero que se vuelve una palmada en la espalda, un gesto de auto conmiseración, un destello de alegría en la neblina. El fin de semana le resulta distante, un camino cuyas secuelas deja prolongados dolores de las articulaciones. Fin de mes una cifra extraña, que sabe que llegará pero que es casi imposible de esperar, porque la espera mata. Fin de año una eternidad, una suma de padecimientos, pero sobre todo una abstracción, un concepto que se escapa de la razón. Pensar para adelante le duele los ojos, por eso piensa siempre para atrás, acude a la memoria, que en su puerto y su mar. C, está sentado a orillas del un mar cualquiera. Las olas le llegan, ya decaídas, a los pies desnudos. Pero más allá se ven otras fuentes de agua, paredes enormes, como batallones de sal, que se montan una sobre otra, en el orden natural de las cosas. Los pies pequeños de C sienten el cosquilleo del agua salada y de burbujitas. Lleva puesto un pantaloncillo azul marino y un gorrito del mimo color. En una de las manos tiene una pala, y en la otra un cubo, pero C no sabe cómo se hacen castillos de arena. Regresa su mirada y encuentra a Ramona. Está sentada, con la mirada perdida en el horizonte. C se acerca, se junta y le dice, ¿A dónde ve, madrecita? Ramona responde, Al final, mijito, donde se juntan el cielo y el mar. Matute no está, o si está C no lo recuerda, opta por esconderlo detrás de una palmera, o en el hotel, borracho con la boca apestosa, o vestirle con un traje del Avaro de Moliere y dejar que se besuque con alguna de la actrices, mientras el teatro empieza a vaciarse. C estaría debajo del piano de cola. Desde ahí se podría ver mejor el ensayo que consiste en un primer momento de expresión corporal puro, casi un estado inicial del movimiento, en donde el sujeto es una semilla sembrada en el suelo duro de madera, y luego un árbol que empieza a crecer, que abre sus brazos y sus piernas que ahora son ramas, y luego los dedos como flores, y estira las piernas que ya son troncos y la cabeza que es un pájaro en la copa del árbol, y luego se queda bamboleándose con el ritmo del viento. Así hasta que algún otro árbol empieza a crecer cerca, o a la llegada de otro pájaro que empiece a construir su nido en una de las esquinas de su cuerpo, que ya no resiste las cosquillas. C regresa a mirar y ve a Ramona, que le abraza y le hace cosquillas en las axilas, y C respira tranquilo, con el olor a mar, y a pescado frito entrando por todos los poros.

lunes, 9 de junio de 2008

Viernes anterior. Leer a Heidegger, y nada que se salga de la vida cotidiana. De lo normal, de un estado de repetición infinita que se mece sobre su cabeza como una daga, un cuchillo dispuesto a rebanarla la testa. No quiero saber nada de Loló, ni los reiterados mensajes en su celular, ni de su barriga de globo, ni de la mueca que hace cada vez que intenta un chiste.
Jueves anterior. Hablar de la modernidad. C entra a clases del octavo semestre. Ha previsto hablar de modernidad. Preguntó, ¿usted ama su trabajo? Porque así, con esa pregunta de literatura de autoayuda, quería enfrentar el problema del tiempo. Se hace lo que se tiene que hacer, no lo que se debe, ni lo que, muy en el fondo del conciente humano, se desea hacer. C pensaba que el trabajo, como la actividad más cruel de sometiendo del ser humano, supone la caída irremediable de la civilización. A partir del trabajo, implementado aceleradamente, desde la industrialización el sujeto social se enfrenta solo a un tiempo lleno de trabajo, y más trabajo, como si esto le llevase a la felicidad, o al encuentro con la paz, con la redención si se quiere y peor aun con la liberación. El trabajo apunta al mantenimiento del mercado, y por tanto, del consumo y este al deterioro social, que genera seres dependientes, infelices y neuróticos. C decía esto y puñeteaba el escritorio.