domingo, 3 de febrero de 2008

Aunque de la lista, no tan exhaustiva como se quisiera, se desprende que C ha pasado por unos meses de dependencia farmacológica lo que explica, no en su totalidad, la cara de enfermo con la que aparecía algunas tardes. Un estado, por cierto, que todos los médicos terminaban por echar la culpa al estrés: esa categoría abstracta, imposible de ceñir, un fantasma con el que se define cualquier tipo de anomalía que los médicos, con ciencia y todo, no son capaces de explicar. Pero como el prestigio, y el ego, no permiten asumir la negación, prefieren realizar sus diagnósticos dejando al paciente con toda la responsabilidad. Dice, Señor C los exámenes que le hemos realizado demuestran que usted no tiene nada físico, orgánico digamos, y que todo se desprende de un estado emocional, de ansiedad, de estrés pues. Y así C tiene que empezar a buscar las explicaciones en las zonas oscuras de su pesquis. Dicen, Búsquese un especialista que le ayude a aflorar las emociones comprimidas. Como si fiera tan fácil sacarse toda la mierda acumulada durante años, así sin más, con la ayuda de un lacaniano imbécil que le saque el dinero, como al ingenuo de su colega, o peor aún intentar las terapias grupales en las que, frente a un grupo de desconocidos quizás patéticos todos, hay que regresar a la infancia, y tratar de encontrarse con el niño perdido. C prefiere la autocuración, que es una forma de no curarse, de mantener su estado de vértigo, como el signo visible de un aburrimiento que la aprieta la cabeza desde siempre.
Domingo anterior. Ir al centro. C, con una camisa rosada y un sombrero de paja toquilla, se pierde entre las calles y las plazas, atestadas de anónimos. Lleva un libro en el bolsillo trasero del pantalón. Se sienta en una banca con la cara al sol. Tiene al frente una pileta. Un niño se acerca. Deja su cajón de betunes y mete la cabeza en el agua. Y cuando saca el agua le cae por el pecho. Se sacude y cientos de breves partículas líquidas se estrellan con la luz y el suelo. C, enciende un cigarrillo y deja que el humo se escape de su boca en hipos continuos.