sábado, 3 de noviembre de 2007

Viernes anterior. Ir a la universidad en la mañana. En la tarde: cine. No se pude leer el nombre de una película en específico. El cine es un reducto de salvación, como lo fue para los inmigrantes que desembarcaban en Nueva York a inicios del siglo XX. Por eso, cada vez que termina la película, C odia la luz porque le saca, como a un bebé recién nacido, de la matriz oscura en la que experimenta algo parecido a la alegría. Un estado que dura menos de 2 horas, y al que se tiene que regresar con la urgencia que un yonkie regresa a la heroína. Un estado que experimenta desde la primera vez que entró a la sala semi vacía de un cine, para ver, una película del El Santo. Vivía, entonces, en un departamento que quedaba encima del cine Paraíso. La imagen que le llega es así: está, junto con Luisito, su amigo inseparable de la infancia, buscando en el armario de sus padres. En cada abrigo, en cada saco, en cada pantalón, en las camisas, en los bolsos y carteras, hasta reunir dos, tres o cinco sucres, eso C ya no lo tiene tan claro, que es el costo de un boleto para entrar. Dos horas antes llegó Luisito, vestía esos jeans acampanados y los zapatos blancos que siempre usaba. Quizás su origen social le hacia verse así. Su padre era un abogado importante de los juzgados locales, y su madre, su madre era una silueta que, ante los ojos de C, le resultaba siempre vaporosa, imposible de asir. A C le parecía que la madre levitaba. La veía entre el humo del cigarrillo, y el vapor que salía de su taza de café. Tenían una casa cerca del río, en una zona de familias acomodadas, que a C le da la impresión que nunca terminaba. Cada cuarto comunicaba con otro, este con otro. En el centro una especia de sala cubierta por un inmenso techo de vidrio, a través del cual era posible mirar las estrellas. Luisito disimulaba su dinero, por eso usaba ropa vieja, eso es lo que C suponía. Luisito entró en el departamento como siempre, muy dueño de la situación y dijo, C, vamos al cine. Ahí escuchó por primera vez esa palabra. Porque C miraba ya la televisión desde hacía varios años, pero el cine era sobre todo una referencia imprecisa que usaban sus padres cuando alguna noche salían, decía Matute, ¿cheno mosva neci?, para ocultar así la intención de salir de la casa. Y Ramona la contestaba, Is. Pero C esa tarde, cuando Luisito le insistió en bajar al cine, descubrió de golpe y sopetón que neci era cine y que no era solo una palabra camuflada, si no un lugar inmenso lleno de sillas de cuero, con una pantalla blanca que mostraba al Santo en sus peleas por vencer al mal.