domingo, 12 de agosto de 2007

El domingo no empieza como debía. La boca le sabe amarga, a ese sabor que viene de adentro, cerca del espíritu. Cuando abre los ojos sabe que no podrá repetirse nada, y esa certeza no le importa, parece que ya nada le importa, y recuerda a Onetti, en su cuarto en Madrid, acostado para siempre, a la espera de dormir para siempre. Piensa, el sueño y la muerte se parecen. Porque C cree que dormir es una forma de morir. La mitad de la vida nos pasamos pensado en la muerte, y la otra durmiendo una muerte que nos espera. Se levanta y prende un cigarrillo. En su velador está la lista que debía cumplir. La toma y la revisa. Hay tantos pasos que dar. ¿Por qué C se deja arrastrar por un aburrimiento que lo consume todo, por qué no continúa con el plan trazado, por qué abre la ventana y mira la calle, las señoras que caminan, el perro que busca entre la basura, el borracho que duerme detrás de un árbol, y no se concentra en llevar adelante todo lo que, escrupulosamente, ha organizado para ese día? Toma un baño largo. El agua caliente le alivia la presión del cuello. Cuando se seca, su imagen reflejada en el espejo empañado le resulta extraña. Se imagina que sale de su departamento. Toma su carro, y se deja ir. Llega a un pueblo escondido de la selva. Compra una finca y una hamaca. Lo poco que siembre le basta. De tanto en tanto mata una gallina, o un puerco. La gente de los alrededores le mira con recelo. Él se mantiene distante. Un día escucha un disparo. Se deja guiar por los gritos. Busca entre los la vegetación y encuentra a un joven. Debe tener doce o trece años. Está sangrando. Lo amarca y lo lleva a su casa. La pierna le sangra. Le venda, con trazos apurados. Los milicos, dice el joven, fueron los milicos. Andan desde hace una semana al otro lado del río buscando a los guerrilleros. Al poco rato llegan sus vecinos, que también han escuchado el disparo. Desde ese día le toman cariño. C es invitado a los bailes, a las reuniones de la comunidad, y le hacen padrino. Pasan los meses. Hay fumigaciones con glifosato, incursiones militares y la diplomacia que quiere reventar el problema. Está en la frontera norte. Se escuchan casos de gente que recibe balas perdidas. C sale, como todas las tardes, a mirar el río. Lo último que recuerda es un zumbido, un pinchazo fuerte en la cabeza. Sigue frente al espejo. Se seca el pelo, y está seguro de lo que tiene que hacer. Como suele acontecerle otra vez sabe exactamente lo que debe hacer. Sube a la terraza del edificio donde vive. Lleva una manta. Se saca la ropa y deja que el sol le caliente. Tiene un frío que le carcome los huesos. Piensa, Estoy a punto. Y parece que es así porque cree haber descubierto el dispositivo que necesita para recomenzar la escritura. Y ahora la llama así: recomenzar, y ya no comenzar. El impulso inicial ya existió, y aunque desapareció, se puede recuperar. La solución está en crear una cadena de acciones que lleven a ese domingo, pero no a partir de un nuevo domingo, sino de un sábado, un viernes, un jueves quizás. De tal suerte que se pueda engañar al tiempo. Coger vuelo, como le dicen, antes de dar una salto. Porque ese domingo, como cualquier otro, no es independiente de los otros. Por el contrario, forma parte de un encadenamiento, y por eso, no puede aislarse. Entonces C lo tiene ya resuelto, es imprescindible que se cree un conjunto de segmentos interconectados para que poder reproducir ese segundo tan ansiado. Piensa, Así la vida. Pero sabe también que ese domingo requiere de días anteriores, y éstos de unos que están más atrás, de una semana que es el resultado de otras que la preceden, y de meses y años que conforma, indisolublemente, un pedazo de existencia. Así para todos los seres humanos y sus eventos. Pero a C solo le interesa la suya en particular. Las listas tendrán que aumentar. Así, deberá detallar cada uno de los días, las semanas, los meses y los años que ha vivido hasta ese domingo. Claro que en cada lista ha decidido, y creo que hace bien, eliminar todas las acciones mecánicas, las que no son elementales, las simples instrumentalizaciones: así, ya no importa enumerar cada uno de los pasos que se dan para cubrir una cuadra, ni la respiración, ni la mirada, ni el movimiento de las manos, basta con señalar el acontecimiento al que lleva esa acción. C escribe en una lista: Camino a la tienda. De esta manera las listas se reducen significativamente. Ahora, solo debe recordar las acciones más importantes de los días anteriores para llegar a crear las condiciones similares de aquel domingo. C sabe que esto sigue suponiendo un proyecto inmenso. Una aventura extenuante, pero es su aventura y ha decidido entregarse a ella. Tiene la esperanza, y hay que calificarla como tal, de que en un momento cualquiera, casi sin darse cuente, encuentre una cadena de acciones que se junten durante toda su vida para formar la línea básica de su existencia. Algo así como un adn de eventos. Así podrá eliminar todos los otros. Una vez elaboradas todas las listas, sus ojos, lo sabe como lo sabía Nash, su cerebro tendrá la posibilidad de subrayar, con un haz de luz invisible, solo aquello de singular importancia. Luego de lo cual tendrá que repetir las acciones esenciales que conformen esa cadena de eventos. C cree que no serán muchas. Pero todavía no se aventura a lanzar una cifra. Prefiere, sobre la marcha del proyecto, atreverse a poner un número. Por lo pronto sale a un restaurante chileno y se toma dos cervezas frías con dos empanadas. Y se siente dichoso. No le importa como le mira la gente. Los rostros de extrañeza con que los comensales lo miran. Y es que C no se ha dado cuenta, quizás por la euforia del momento, que solo lleva puesta una salida de cama, y unas zapatillas rojas de plumón, que es el único regalo que le aceptó a Loló.

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